Un mismo tóxico actúa de modo diferente en un bebé en gestación, y aún en ese caso, de modo distinto en cada semana de esa gestación.
(Télam, CONFIAR – Por Silvana Buján de la Red Argentina de Periodismo Científico)
Los actuales Límites Máximos de Residuos (LMR), que es el nivel que se considera oficialmente aceptable de residuos de agroquímicos o de medicamentos que puede contener un alimento, ignoran más de 20 años de investigaciones y no contemplan el consumo crónico ni las interacciones entre químicos, advirtieron especialistas quienes indicaron que es «urgente» hacer una revisión de estos valores.
«Los Límites Máximos Admisibles (LMA) de plaguicidas en la Argentina los fija Senasa, con dos resoluciones: la 934/10 y la 608/12 (según si son cultivos de gran extensión o pequeños cultivos). Aunque en la práctica se basa principalmente en la normativa europea, el EUR-Lex, donde están legislados los LMA, y cuando son productos que se exportarán a Estados Unidos por la regulación de la FDA» (el ente regulador de ese país)», indicó a Télam-Confiar la bióloga e investigadora Sandra Médici.
Medici es, además, docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata e integrante del Instituto de Investigaciones en Producción Sanidad y Ambiente (Iiprosam), Conicet-UNMdP.
Fuentes de la Dirección de Agroquímicos y Biológicos del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) informaron que «se toman como base de los análisis de riesgo los lineamientos de la FAO», que se encuentran establecidos en el documento ‘Presentación y evaluación de los datos sobre residuos de plaguicidas para la estimación de los límites máximos de residuos de plaguicidas en alimentos y piensos (alimento seco que se da al ganado)’, cuya última revisión fue, según la OPS/OMS en 2009.
No obstante, desde organismo señalaron que «para el análisis de sinergia entre ingestas simultáneas de variados residuos no existe una metodología adoptada por el grupo de FAO que analiza los Residuos de Plaguicidas que pueda ser internalizada por Argentina».
A nivel internacional, los límites máximos para los residuos de plaguicidas en alimentos se discuten en el Comité de Residuos de Plaguicidas del Codex Alimentario, dentro del cual Argentina participa a través del Senasa, y aunque se trata de recomendaciones de aplicación voluntaria por parte de los miembros, en ocasiones pueden servir de base para las legislaciones nacionales.
Durante estos encuentros se preparan además las listas de plaguicidas prioritarios para su evaluación en la exposición alimentaria probabilística aguda, que se calcula a partir de una ecuación denominada Iesti (International Estimate of Short-Term Intake).
«La fórmula Iesti es utilizada para el cálculo de la ingesta aguda para sustancias que pueden presentar riesgos por el consumo a corto plazo, generalmente durante una comida o durante un día, y es de especial relevancia para aquellos productos vegetales que se consumen de una pieza», explicó en el sitio oficial, Daniel Mazzarella de la Dirección de Agroquímicos y Biológicos del Senasa.
Por su parte, la pediatra y especialista en ambiente Lilian Corra, consultora de Naciones Unidas, explicó que «además de la dosis, un problema muy serio es el ‘momento’ de exposición; un mismo tóxico actúa de modo diferente en un bebé en gestación, y aún en ese caso, de modo distinto en cada semana de esa gestación».
«Estos químicos afectan especialmente dos áreas en salud, muy caras para la supervivencia de la raza humana: la capacidad intelectual y la fertilidad y la reproducción. Se pone en riesgo la supervivencia de la gestación con un final feliz, y además, si sobrevive, hay riesgo de que no tenga sus capacidades intelectuales óptimas», sostuvo Corra.
Y agregó: «Este sistema de evaluación para asegurar que cierta cantidad de pesticida es segura en nuestros alimentos utiliza una evaluación ‘a corto plazo’ cuando este tipo de sustancias pueden tener efectos a muy largo plazo o acumulativos a lo largo de muchos años y desatar una enfermedad mucho tiempo después».
«Por otro lado, no se trata solamente de plaguicidas, ya que los metales pesados son un problema asociado: muchos plaguicidas tienen metaloides o metales pesados como mercuriales, arsenicales, que persisten en la tierra y el ambiente durante muchísimo tiempo», añadió.
En este sentido, la especialista sostuvo que «la toxicidad de los químicos debe asociarse a su persistencia y a su capacidad de acumularse (bioacumulación y biomagnificación) en los seres vivos. Los parámetros que se usan hoy para evaluar la toxicidad no están actualizados con los conocimientos científicos que la humanidad ha podido adquirir, y se siguen utilizando parámetros permitidos y altamente peligrosos».
Corra advirtió que «el LMR es una fantasía, porque siendo los plaguicidas y los metales pesados materiales difusos (materiales que están en todos lados) no se puede calcular de ningún modo la dosis diaria admisible; eso es absolutamente imposible».
Rafael Lajmanovich, investigador principal de Conicet y profesor titular de la Cátedra de Ecotoxicología en la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral, realizó la primera evaluación de los efectos sinérgicos potenciales de la mezcla de sustancias.
«Demostramos que la mezcla del glifosato y el clorpirifos (los agrotóxicos más usados en la soja) con ciprofloxacina y amoxicilina (dos de los antibióticos más utilizados en los mega criaderos de cerdos, pollos o peces) produce un riesgo eco toxicológico extremo como malformaciones en el desarrollo y efectos hormonales», señaló Lajmanovich a Télam-Confiar.
Y agregó que los LMR «son una especie de caja de Pandora; no se tiene la más remota idea de qué pasa si se consumen todos juntos; nadie puede saberlo; se conoce una sustancia por vez, pero nadie tomó nunca una manzana con todos los LMR juntos y alimentó a un mamífero durante un año; el resultado puede ser catastrófico».
Otro punto en cuestión es que los LMR difieren entre países del primer mundo y los países en desarrollo, y suelen ser mucho más permisivos en estos últimos, como sucedía con el pesticida Endosulfán, que terminó prohibido mundialmente en 2013 por el Convenio de Estocolmo debido a su peligrosidad y en la Argentina, ese año, se permitía un residuo de 1mg/kg de alimento, y en Europa al mismo tiempo 0,05mg/kg.
Para el médico Damián Verzeñassi, director del Instituto de Salud Socioambiental Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario y docente de la materia Salud Socioambiental, «la única forma de evitar este problema y superar el debate sobre límites, efectos y riesgos es la reconversión hacia la producción agroecológica, que elimina este problema de raíz, asegurando alimentos sanos, suelos sanos, y personas sanas».
«Estas sustancias de las que estamos hablando, tienen la particularidad de que apenas con unas pocas moléculas que ingresen a nuestro cuerpo, pueden actuar provocando reacciones hormonales en cascada. Se denominan disruptores endocrinos, y se alojan en el tejido graso permaneciendo allí durante años», sostuvo.
«Ya hay estudios que analizan cómo nuestro cuerpo diariamente es atravesado por estas sustancias, que en el más feliz de los casos pasan de largo, sin poder saber si ha dejado en el camino algún efecto perdurable, si acaso ha producido daño en el sistema endocrino o si se ha quedado agazapado en el tejido graso», aseguró.
*Esta nota es una producción de Télam-Confiar, una plataforma con información especializada en ciencia, salud, ambiente y tecnología (www.telam.com.ar/confiar). (Télam)